El amigo que mas valia...
Hoy he perdido mi billete. El más valioso billete que he tenido jamás,
no por su valor realmente si no por una gran cualidad que tenía, la cual que me
llamó la atención desde aquella vez que un grupo de ebrios cerca de mi casa lo
tiro a la calle por donde yo pasaba. Era un billete de 2000 pesos
colombianos porque sí, soy de Colombia, que para ponerlo en perspectiva en ese
momento costaba poco menos de un dólar americano. Así que como dije antes no
era un billete excepcionalmente valioso económicamente hablando.
Estaba
quemado, ese era su raro y valioso defecto, uno de sus lados estaba incinerado
por lo cual me pareció tan interesante que decidí tomarlo sin saber a ciencia
cierta que haría con él. Ese billete pasó en mi billetera casi un año antes de
que en un pasillo del colegio en el que estudié la secundaria se me ocurriera al
fin que hacer con él. Lo saque de mi billetera, lo doble de tal forma que no se
viera su quemadura y lo puse en el suelo del pasillo más transitado del colegio
para luego sentarme a ver cómo la gente le pasaba por encima sin verlo
siquiera.
Muchas
veces vi gente que lo pisó, lo pateó e incluso recogió cosas que habían cerca
de él, pero eran muy pocos los que se percataban de su presencia para recogerlo
y cuando esto pasaba un rápido vistazo bastaba para que mi amigo el billete
volviera al suelo y luego a mi billetera para divertirme otro día. Hice eso
infinidad de veces cerca de mi casa, en canchas, en parques, en hospitales,
cementerios, teatros, conciertos de rock, en el colegio y más tarde en la
universidad, sin embargo la diversión que me causaba ver a todas estas personas
pasar sobre él nunca se acababa.
Hasta
que llegó el triste mediodía; mientras estaba en mi trabajo de medio tiempo
luchando por no morir de calor en el punto más molesto de mi faena como
repartidor de publicidad en la calle, Por aquellos días el verano se hacía
sentir con fuerza y pocas personas estaban dispuestas a leer los papelitos de
colores con publicidad que yo repartía a la hora el almuerzo. Fue entonces que
se me ocurrió volver a distraerme con mi viejo amigo. Saque el billete de su
lugar privilegiado en mi cartera y ceremonialmente lo deje con cuidado en el
suelo justo al frente de mi lugar de trabajo.
He de
decir que nunca antes había visto un efecto tan abrupto como en esta ocasión,
para empezar fue imposible ponerlo sin que nadie lo notara y cuando al fin
logre ubicarlo ya había hecho participes de mi triquiñuela a todos los vendedores
que trabajaban en esa misma calle, quienes me hicieron cientos de preguntas
acerca del billete quemado y mi dudosa cordura. En cuanto el billete tocaba el
piso era recogido y desechado una y otra vez a una velocidad extravagante, dos
mujeres ya mayores incluso se enfrascaron en una airada discusión porque una decía
haberse encontrado el billete pero la otra insistía en que dicho papel se la
acababa de caer del bolsillo, cuando ambas se percataron de la quemadura arrojaron el billete al piso y sin mediar despedida alguna se alejaron por caminos
opuestos. Poco después un mendigo lo vio y cuando supo que era mío me hizo
prometerle que se lo regalaría si él lograba traerme la otra mitad faltante, yo
acepte el trato y él se alejó buscando entre los rincones la otra mitad del
papel quemado.
Una
pequeña e imperceptible multitud empezó a mirar la escena con gracia, desde lo
lejos para no hacerlo muy obvio. Se reían y hablaban al respecto, arremedaban a
las ancianas y al mendigo entre risotadas y susurros. Fue la primera vez que vi
a la gente en el centro de mi ciudad reírse con tanta naturalidad de algo que
no fuera enteramente ilegal o violento, yo la estaba pasando en grande incluso
después de que alguien me lanzara un insulto difícil de escribir por mi
tendencia a estar botando el dinero.
Entonces
ocurrió, ante la mirada fantasiosa y fija de todos los invisibles espectadores
apareció un niño de aquellos que creciendo en la calle solo conocen las reglas
de la misma, y tomando el billete salió corriendo como si nunca hubiera hecho
nada más en la vida mientras gritaba “Ya es mío Hijueputas”
No
supe más de mi amigo el billete ni del niño que se lo llevó, solo tuve la
certeza de que cuando finalmente parara de correr, porque algún día tendrá que
hacerlo, se llevaria una sorpresa muy incómoda, posiblemente lo arrojara al
suelo con rabia y se alejara insultándome, dando comienzo una vez más al largo
viaje de mi amigo el billete quemado.
Eran las 7 de la noche ya cuando finalmente me disponía a irme a
casa, después de haber cobrado mi dinero del día, 10 billetes de 2000 parecidos
al mío pero ninguno tan especial. Mientras me disponía a caminar hacia el bus un
vagabundo se acercó a mí recuperando el aliento como si hubiera corrido un
largo trecho. Era el vagabundo de antes, que feliz mente me mostraba que si había
logrado conseguir medio billete de 2000. Curiosamente no era el mismo ya que el
suyo estaba rasgado, pero yo soy hombre de palabra, le di uno de mis billetes a
cambio del suyo y me fui a casa a seguir estudiando.
que persona tan des complicada y fastidiosa, seguramente esta condenado a ser feliz
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