El cientifíco loco

Nunca olvides tus sueños porque
de
eso estas hecho...

Una vez más Salomón se encontró tumbado sobre un pergamino amarillento que despedía un olor a humedad y vejez. Con la nariz a pocos centímetros del papel seguía los trazos que su pluma iba dejando frenéticamente en una desorbitada mezcla de símbolos matemáticos, esquemas ininteligibles, garabatos horribles y notas al margen en un perfecto y hermoso español.
Muchas horas antes, antes incluso de que el sol recordara cual era su trabajo cada mañana, el científico se despertó en medio de la oscuridad del día que aun no llegaba, y mientras buscaba en el insondable desorden de su habitación el interruptor de la lámpara trataba de organizar el también insondable desorden de su mente para recordar con claridad lo que acababa de soñar. Cuando al fin logro encender la luz se levanto rápidamente y empezó a recorrer la habitación de un lado al otro mientras garabateaba con sus manos en el aire dormido de la madrugada los primeros bosquejos de lo poco que podía recordar. Hacia mucho que no soñaba. En realidad lo que acababa de tener no era un sueño en si, para un hombre tan ocupado como él, que se pasaba los días tratando de sacarle electricidad al agua, poner estrellas en cada casa y convertir la entropía en utopía, era normal que las ideas de todo tipo le vinieran en todo momento, incluso mientras dormía.
El día anterior mientras miraba el sol tratando de encontrar de donde estaba conectado, algo mas llamo su atención, los grandes campos de manzanas que separaban su pequeño castillo del pueblo cercano se veían resecos. En ese momento noto que no había ni una sola nube en el cielo, sin nubes no hay lluvia, sin lluvia no hay agua y sin agua, sin agua no hay nada, mucho menos manzanas. Si bien se dispuso a encontrar ese mismo día un medio por el cual llevar el valioso liquido hasta el pueblo y los manzanales que tanto lo necesitaban no fue si no hasta por la madrugada cuando la idea cayo en su cabeza dormida como si de un ángel muerto se tratara.
Cuando el sol ya estaba en lo alto pudo al fin levantar triunfal sus planos terminados y mientras salía con ellos de la habitación miro distraídamente por la ventana para ver la hora en el reloj de la torre del pueblo. Un diminuto sentimiento de culpa se cruzo por su cabeza al recordar que pocos días antes su último experimento había cortado por la mitad la torre del pueblo, construida mucho antes de que los primeros manzanales fuesen plantados.
Se dirigió al laboratorio organizando sus apuntes a la vez que añadía la torre del reloj a su lista mental de grandes errores por reparar. En esa lista ya figuraba la iglesia, la alcaldía, treinta y dos casas, dos escuelas, dieciocho tiendas, un prostíbulo, trece hectáreas de cultivo, dos docenas de vacas y un perro. Algún día se dispondría a completar su monumental lista de victimas humanas, Pero por ahora mantendría en su cabeza solamente aquellos problemas “menores”. Los problemas que se pueden solucionar con dinero no son problemas, son meros inconvenientes.
Salomón era dueño desde muy joven de una enorme fortuna amasada gracias a su ingenio y perseverancia. Era tan grande su riqueza que habría bastado con gastar una pequeña porción de ella para reconstruir el pueblo en su totalidad y dejarlo incluso mejor que como lo encontró aquella mañana de julio en que llego a instalarse en aquel castillo, pero desde que intento hacer una maquina cultivadora de manzanas que termino por arrasar media cosecha no pudo acercarse al pueblo sin ser victima de algún intento de asesinato. A pesar de los meticulosos cálculos que Salomón imprimía en su obra, a pesar del amor con el que hacia sus milagrosas quimeras y muy pesar de sus buenas intenciones la suerte se ponía en su contra y algo resultaba mal, pandemonicamente mal. Su intento de encausar un rió para que pasara mas cerca del pueblo termino en una sequía que azoto la región por varios meses, cuando planto los árboles de rápido crecimiento estos asediaron el pueblo matando a cientos de personas, el prototipo de vehiculo volador partió la torre del reloj a la mitad, su cura para el resfriado genero la peste negra y su formula para la fertilidad en animales trajo una peste de ratas carnívoras. Incluso algo tan inofensivo como un método para hacer que el pan fuera mas suave término generando un ataque de mutantes vampiros. Sin embargo ninguna de estas derrotas lograron disuadir a Salomón de aterrizar sus tentativas, cada error era estudiado y cada posibilidad contemplada, al final el científico, maestro en astronomía, aerodinámica, electromecánica, biología, alquimia y demonológica, terminaba por irse a la cama con una neutra frustración tratando de ignorar el torrente de aldeanos enardecidos que en ese momento trataba de derribar otra vez la invencible puerta del castillo. Cada noche se dormía lentamente haciendo un balance mental de las posibilidades que había de que pasara el desastre que acababa de ocurrir, de que un pulpo volara o de que un lagarto lanzara llamas.
Al terminar su nueva maquina, miro por precaución los planos una y otra vez para cerciorarse de que no había forma de que su maquina de lluvia causara un cataclismo. Al cerciorarse de que todo estaba bien calculado repitió el procedimiento un par de veces y con la valentía de un psicópata encendió el interruptor. Una escotilla en el techo se abrió para dar paso a una antena metálica que se elevo lentamente hasta alcanzar una altura apropiada. Lo siguiente fue un silbido. La enorme maquina de aspecto bizarro transformo miles de voltios desconocidos para la época, en un leve silbido tan diminuto que parecía venir del interior de la cabeza de cada persona que lo oía. Las nubes llegaron, atraídas por una fuerza invisible cuyo origen era anterior al hombre. Llegaron lentamente de todos lados, como si se prepararan para emboscar al pueblo y al castillo.
Salomón empezó a respirar agitadamente, tomando notas desesperadas mientras las nubes negras tapaban el último rincón de cielo visible. Por un momento los campesinos y Salomón guardaron silencio, ambos completamente temerosos.

Primero vino la lluvia…

…Luego vino más lluvia…

…Y al final, solo era eso, lluvia.

Los campesinos de toda la región salieron al encuentro con la lluvia lanzando todo tipo de agradecimientos a un dios que no los miraba desde el cielo sino desde la ventana de su castillo. La noche cayo sobre esta tierra lluviosa trayendo consigo una oscuridad pacifica, pero Salomón no perdió ningún detalle de lo que pasaba abajo, fue tan ardua su labor de tomar notas que ignoro por completo lo que pasaba detrás de si. La lluvia que cayo sobre la maquina encontró los cables que conducían los miles de voltios generando un corto circuito que degenero en un incendio que rápidamente cubrió la torre entera. El científico se vio forzado a descuidar su toma de apuntes cuando el humo empezó a causarle tos. Al ver el monumental fuego que lo envolvía lo invadió la ya acostumbrada sensación de neutra frustración, tomo un par de notas en una hoja aparte y bajo las escaleras en llamas mirando todo como quien piensa de que color seria bueno pintar las paredes.
Al final llego a su habitación y aun tosiendo se echo a dormir. La lluvia lo apagara -Pensó. Al fin y al cabo según sus cálculos llovería torrencialmente por los siguientes setenta días. Pensó que posiblemente eso causaría algunas inundaciones, pero por ahora solo quería dormir un poco antes de dedicarle tiempo al asunto. Había que desconectar la electricidad, reconstruir el laboratorio, drenar los cimientos y rearmar la maquinaria. Todo eso por si solo. Hoy por lo menos, no vendrá la turba asesina, pensó por ultimo antes de fantasear con pulpos lanzallamas y lagartos voladores.

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