El asesinato de los cien reyes (1)
Rey #4: Martin II, el rey gandul del Risco de Trus
-El hijo de Tormmen y de Dragulon era un hombre verdaderamente obstinado.
-Un momento, Tormmen y Dragulon eran dos hombres…
El Risco de Trus es una roca, una roca en mitad
del mar de los colmillos, un cuerpo de agua llamado así por las
formas rocosas y afiladas que adornan el paisaje como si se tratara
de la boca, deforme y gigantesca, de alguna criatura monstruosa.
Sobre el risco de Trus, se levanta la fortaleza de Trus, un castillo
de muros altos e imponentes, otrora guardián del paso por los
mares bárbaros, esta
antigua y respetable edificación se ha convertido
recientemente en el centro administrativo del reino de Konishmord, desde
que el Rey Martin II decidiera traspasar a toda su corte desde
la capital del reino hasta el Risco de Trus, que como ya dije, es una
roca, una roca en mitad del mar.
Cabe hacer precisión en que La fortaleza
de Trus no queda cerca de Konishmord, de hecho es un punto
remoto lejos de la costa de la antigua capital PortoHilerri, en
el rincón más levantino de los dominios del rey. Si para este punto
ya estás pensando que tal traspaso de poderes resulta difícil de comprender,
pues felicidades, ahora estas
en sintonía con los pensamientos de todos los ciudadanos
de Konishmord, especialmente con los capitalinos.
Y es que el rey no solo se llevó consigo a su
corte, diputados y cancilleres, si no también a
una porción importante de la guardia de la ciudad de PortoHilerri, además de
su guardia real, y todos los navíos de la marina
real que la Fortaleza de Trus pudiera acoger.
El rey Martin II no se había limitado en cuanto a
medidas de seguridad, una red de sus más poderosas embarcaciones patrullaba el
mar de los colmillos día y noche, docenas de
faros habían sido dispuestos en los alrededores de la
fortaleza para ayudar a vigilarla durante las noches. En la dura realidad de
los tiempos modernos, la fortaleza de Trus era
patrullada, día y noche, por más de 4000 guardias, desde
soldados, héroes de guerra, veteranos de las conquistas del
Rey Ultrajante, marinos curtidos, hombres de armas, leales a la corona del
primero al último, cientos de vasallos entrenado, una docena de catadores, una
veintena de guardaespaldas juramentados y un centenar de
consejeros, sirvientes fieles de su majestad. Casi el doble de
personal del que se tenía pensado cuando la fortaleza fue
construida, y todos con una misma tarea, proteger al rey,
el tercero de ese año y el cuarto desde el día de la gran
afrenta.
El Rey Martin II, el más joven de cuatro hermanos, jamás
pensó que sería proclamado monarca. Solo en sus fantasías más juveniles se veía
a sí mismo como un rey justo y respetado, valiente y caballeroso, pero estas
fantasías acababan al ver a sus tres hermanos mayores, cada uno un fiero
guerrero, un caballero indiscutible y un líder nato. Principalmente su hermano
mayor, Jorge el Conquistador, llamado por muchos: El más grande rey de la
historia, el rey de los hombres y las bestias, de la tierra y el mar, del
cielo y las cavernas; y por otros llamado el rey maldito, o el gran Ultrajante.
Verlo asesinado por parte de un bárbaro de las montañas fue para todos una gran
sorpresa, después de una vida de victorias y conquistas sin par. Cuando Martin
recibió la noticia del asesinato de su hermano, fue tal su impresión que ceso
de respirar por casi un minuto, mientras un frio lacerante atravesaba su pecho
y sus ojos miraban al vacío. Una expresión muy similar a la que habría de tener
cuatro años después, cuando, en medio del mar de los colmillos, sobre los muros
de la fortaleza de Trus y a través de 4000 guardias, el asesino de su hermano
entrara pesadamente por el balcón de su habitación y, con un gesto amable, le
hiciera una seña para que permaneciera en silencio.
-¡COMO…!- alcanzo a gritar el rey antes de que una mano
húmeda, callosa y fría le tapara la boca a la velocidad de un rayo.
-shhh- susurro el hombre sudoroso, el olor a sudor y agua de
mar que expelía inundo la habitación de inmediato. Miro con cautela hacia la
puerta antes de mirar de nuevo al rey – Si gritas vendrán tus guardias y estoy
tratando, con mucho esfuerzo, de no matar a nadie que no necesariamente sea un
rey, ¿Me entiendes?, no me gusta que me digan “El asesino de reyes”, pero es
mejor a que me digan “El asesino de guardias y gente inocente”, ¿no?
El Rey sudaba copiosamente, su mente, inutilizada por el
miedo solo le permitió asentir lo mejor que pudo. –Así que te voy a
soltar- Continuo aquel sujeto –y vamos a hablar, ¿te parece?, no te ofendas,
igual te voy a matar pero creo que algo bueno podría salir de esto si hablamos,
¿no te parece?- el rey una vez más asintió, casi a punto de vaciar sus entrañas
en la cama. Tuvo que hacer un esfuerzo muy grande por no gritar cuando el
sujeto le soltó la cara, y uno aun mayor por no mirar la puerta con
desesperación, la guardia no tardará en llegar, pensó, siempre hay hombres
armados al otro lado de la puerta, difícilmente no escucharían a dos personas
que estuvieran hablando adentro. Bajo su almohada tenía guardada la pistola
dorada de su hermano Mond, que en paz descanse, no era tan rápido ni la sabia
manejar tan bien como para darle a su agresor un tiro certero, pero siempre
podría usarla como una amenaza. Tenía que jugar bien sus cartas, ganar tiempo y
pensar bien cual sería próximo movimiento, que bien podría ser el único… y el
ultimo.
El hombre recorrió rápidamente la habitación tomo un pequeño
taburete para acomodarse junto la cama del rey, sentado tan bajo parecía casi
ridículo. Era un hombre pequeño ahora que lo veía mejor, sin armas
aparentemente, pero no podría confiarse; seguramente traerá un cuchillo oculto
bajo su ropa o alguna clase de veneno mortal en una aguja para hacer su trabajo
en silencio. –Como…. ¿Cómo llegaste hasta aquí?- se oyó decir sin pensarlo
demasiado.
-Bueno, supongo que te debo por lo menos una explicación-
respondió aquel hombre como argumentando consigo mismo –Escale.
-¿Qué?
-Escale
-¿La pared?
-Si
Pero son como… -No lo sabía- no sé, 500 metros desde la base
de la roca.
-Poco más de 400, realmente- El sujeto sonrió levemente
mientras hacia una mueca calculando la altura del muro.
-Pero… es… es mentira, no es ni media noche, como podrías
haberlo hecho tan rápido
-Me tomo tres días, fue una subida dura- ahora el hombre si
sonrió abiertamente, de forma casi ruidosa.
-¿Has estado escalando por tres días?
-tres días
-¿Sin ayuda?
-Sin ayuda.
-¿Como?
-Bueno llegue en una pequeña balsa y empecé a subir, no
pensé que sería tan difícil, escalar de noche, esconderme en alguna saliente de
día, pude haber muerto de hambre, afortunadamente ayer encontré huevos de
gaviota en unos nidos cerca del inicio del muro, a decir verdad no he dormido
mucho ni muy cómodamente.
El sudor que bajaba por la frente del rey era tan frio que
parecía que una nube lloviera sobre su real cabeza. Era cierto –nadie vigilaría
una pared tan escarpada como esa durante la noche- dijo para sí mismo, y aunque
así fuera, la oscuridad no dejaría ver nada, solo cuando la luz de los faros
pase por ahí, pero en las noches ni el hombre con la mejor vista podría
distinguir a un hombre, por su cuenta, escalando la pared solo con su manos.
-Y el patio- concluyo finalmente. –tuviste que haber cruzado
el patio de armas antes de dar con la pared que da a mi balcón.
-A, si, había mucha gente en el patio, cientos de personas,
no tuve que esconderme, nadie me pregunto mayor cosa. Como no sabía a donde ir
le pregunte a una criada por los aposentos del rey, y mientras nadie me veía
busque una pared cómoda, subí a tu balcón y aquí me tienes.
No podía ser tan fácil, no era cierto, pero era posible,
había tanta gente en el castillo y todos de tan diversos orígenes que nadie
conocía a nadie. ¿Cuál pared cómoda? Bajo su balcón debía haber guardias día y
noche, hace solo un par de horas los había visto mientras tomaba aire antes de
acostarse, él estaba mintiendo y sin embargo ahí estaba. Que las manos del
abismo se lleven a esa criada, pero bien podría haber pensado que este
maloliente y amable sujeto era un marinero, y los marineros pensarían que es un
criado, y los criados pensaría que es uno de los pescadores que traen la pesca
al palacio, y los solados… ¿Qué pensarían los solados? Y hablando en serio,
¿Que apariencia espera uno que tenga un asesino?, debería tener armas, moverse
sigilosamente entre las sombras, o quizás tener por lo menos una capucha. Sea
como sea que uno se imagine a un asesino profesional, no se hace a la idea de
este sujeto sonriente y amable que se sienta incómodamente en un taburete
mientras cuenta como matar reyes y escalar muros es un pasatiempo de fines de
semana.
La puerta se abre repentinamente, un soldado con mosquete
sostiene el pomo dela puerta mientras una criada entra con un bacín limpio. Al
ver la escena la criada grita, y antes de un segundo otros dos soldados armados
abren la puerta. A la luz de las antorchas del corredor el asesino los mira,
todavía sentado en su taburete.
Es ahora o nunca, pensó Martin, y echando mano de todo su
valor busco la pistola bajo su almohada, solo perdió de vista a su asaltante
por un momento, pero cuando volvió la cabeza para apuntarle con el arma ya lo
tenía sobre su cama. El rey trato de dispararle a la oscuridad que cernía sobre
él, pero antes de poder disparar aquella mano fría y dura tomo su muñeca y halo
con fuerza sacándolo de su cama, un ruido ensordecedor lleno su cabeza, los
soldados habían disparado, primero uno luego el otro, pero no le habían
dado al asesino. El rey estaba de pie en medio de la habitación mirando
como la criada estallaba en gritos de terror mientras más hombres entraban por
la puerta, al bajar la mirada una mancha roja se expandía donde alguna vez
estuviera su pecho. Me uso de escudo humano, pensó.
Aquellas manos rápidas y certeras se posaron a ambos lados
de su cabeza, y antes de cualquier reacción la habitación entera dio un súbito
giro. El rey agonizante mira la cara sonriente de su asesino antes de caer. Me
gusta pensar que antes de que su cuello se rompiera el Rey Martin tuvo tiempo
de escuchar las alarmas sonar y el ruido de cientos de voces que llenaban el
aire. Al caer al suelo ya no siente nada pero aun escucha el eco lejano de una
voz que tranquilamente dice:
-Estoy exhausto caballeros, en serio, no tenemos que
ponernos agresivos.
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